28 mayo, 2024
Como cabe suponerles algo más leídos que los demás sobre el tema que reivindican, de todas las opciones posibles de encierro de los universitarios en defensa de Palestina y condena de Israel, que en la práctica política se convierte en la legitimación del grupo terrorista Hamas –porque las formas también determinan-, la Facultad de Historia debiera ser la última imaginable. Sin embargo, los aguerridos chicos de Erguer optaron por el histórico edificio donde desde hace decenas de años se aprende a discernir, negro sobre blanco, sobre movimientos políticos, situaciones de conflicto, guerras, agresiones entre países. Todo ello con la debida -¿o no?- investigación de las razones primigenias que conducen a los comportamientos de enfrentamiento entre países o pueblos. Como encima son holgazanes, ni siquiera se tomaron la molestia de leer, en sus largos días y noches de encierro, los documentados trabajos que en este diario publicó uno de sus profesores, José Carlos Bermejo, para debatir, a la luz de ellos, lo que de verdad ocurre en Gaza desde décadas atrás, de la tergiversada información en que asientan su protesta sin escuchar a la parte contraria, y aún, acaso, a caerse del caballo cual el evangélico Saulo en la conclusión de que la protesta ni debiera ser en este momento ni contra aquellos a quienes va dirigida.
Tema distinto es la inhibición de Rectorado y Decanato ante la situación de peligrosidad para el centro que ellos mismos admiten, amén de la conculcación directa de los derechos de los estudiantes de esa facultad a la hora de realizar sus actividades normales, singularmente los exámenes, en el centro que les corresponde y que se ven alteradas por una incomprensible situación de pasividad institucional. Tanto, que ni siquiera muchos de los que protagonizan el encierro tienen vinculación alguna con el mundo universitario, como detalló aquí el colaborador de este diario, Cándido, con muy acreditada información de primera mano sobre lo que ocurre paredes adentro del edificio.
La denunciada situación de gravedad que padecen los 154.000 volúmenes de la biblioteca del centro por la debilidad estructural del edificio ante el exceso de peso no deja de ser una preocupación más sobre la inconveniencia de usar en las instalaciones peligroso material inflamable que debiera llevar más responsabilidad a los rectores del edificio y biblioteca.
Con todo, hay dos hechos determinantes que sitúan lo acontecido en un preocupante grado de ligereza impropio de la significación que en sí misma encarna un centro universitario: El claudicante segundo comunicado del Rectorado ante las presiones de Erguer, incapaz de hacer una mínima alusión, por breve que fuera, a los deplorables hechos terroristas que motivaron la excesivamente airada respuesta de Israel, y ese brindis al sol de romper relaciones con las universidades judías que no condenen -¿con qué criterios exigibles no explicitados?- el ataque sobre Gaza, renunciando al por veces imprescindible intercambio de conocimiento con los nueve centros superiores israelíes que sitúa a tres de ellos entre los cien primeros del mundo. Compostela, conviene no olvidarlo, luego de años en la franja menor de 500, pasó a la de 601 a 700 y cayendo, según la lista de Shanghai, centrada en la tarea de investigación. Sí, esa que exige mayor grado de intercambio y colaboración con aquellas universidades que nos adelantan. ¿Asumirán sus responsabilidades las autoridades académicas como garantía de los derechos de los universitarios perjudicados? ¿Son conscientes del riesgo que se corre con tal permisividad para un centro emblemático y, en otro tiempo, símbolo por excelencia de la USC? ¿Seguirá la biblioteca de Historia idéntico camino de peregrinación a los galpones del Tambre como sucedió primero a Farmacia y ahora mismo aseguran que empieza a ocurrir con Medicina, allí donde toda consulta se torna imposible?. Pero dejemos el tema para otro día.