5 septiembre, 2024
En un claro ejemplo del desgobierno en que, antes y ahora, se tiene a la agricultura, tanto por falta de planificación como por ausencia de los debidos canales de comercialización -en Galicia porque ya nadie lee a Colmeiro (no el pintor, que todo hay que aclarar), Díaz de Rábago, Rof Codina, Bartolomé Calderón o Villanueva, los vinicultores de A Ribeira Sacra se ven afectados por la acumulación en sus bodegas de excedentes de vino de imposible colocación en los mercados habituales con las consecuentes pérdidas económicas que ello representa, mientras la Xunta –lo hizo esta misma semana- sigue vendiendo las oportunidades de la viticultura heroica de dicha zona no por la calidad de los caldos sino porque “hacen de esta zona un lugar cada vez más atractivo para los turistas”.
En la España del anterior régimen las situaciones de excedente de producción con la patata en A Limia eran más que repetitivas, entre otras razones por el propio aliento gubernamental a propiciar el monocultivo del tubérculo –sin duda por evidentes razones políticas que tenían que ver con el abaratamiento de la cesta de la compra de los españoles-, incluso con la desecación de la Laguna de Antela para lograr centenares de hectáreas de cultivo que dedicar a tal finalidad. Pues bien, cuando los excedentes se producían, el Ministerio, en su magnanimidad, subvencionaba con una cantidad ridícula dichos excedentes que ni siquiera retiraba, sino que inutilizaba con un tinte que convertía a las patatas en no aptas para el consumo. Se quitaba producto del mercado pero no se resolvía la economía de los pataqueiros.
Tantos años transcurridos y la política comercial en A Limia apenas se diferencia de la de entonces, aunque ahora la productividad se asegura a base del abuso de fitosanitarios que cantan sus vergüenzas en las exiguas aguas del río Limia, ayunas de cualquier vestigio de oxígeno. Sí, esas mismas que la Xunta proclama desde sus redes sociales como de “interés turístico”, por más que en Xinzo el río vaya huérfano del líquido elemento. Pues en esa misma matraca se condensa toda la política agrícola de los últimos tiempos por nuestras autoridades.
El problema de la Ribeira Sacra, lo dicen los propios vinicultores, no se va a solventar con esa medida de la Xunta de la “destilación de crisis”, con una mayor imbricación de los afectados en las ayudas del PAC o en esos 165 euros por hectárea con que el Gobierno autonómico primará el ejercicio de esa viticultura heroica con finalidades turísticas, que ni siquiera afectará al total de los bancales –se reducen solo a los de cubiertas vegetales- destinados a la producción de vino.
Por eso comienzan a escucharse voces que reclaman estudios destinados a adecuar la oferta a la demanda, acaso con la experimentación de nuevas variedades de caldos que se escapen de los tradicionales mencías. No deja de ser un primer aviso de que la situación acaso se esté cronificando para acabar impulsando al abandono a los productores que ven sus economías mermadas.
Y es que, dice la Xunta, esta situación excedentaria de vinos se produce porque es “una problemática que viven otras zonas vitivinícolas de toda Europa, y también de España, ante el descenso de consumo de este producto en la población”.
De ser verdad la afirmación del Gobierno gallego ¿no estaremos haciendo el pinzo al convertir la tan productiva en hortofloricultura de la zona del Ulla en un monocultivo del vino, arrasando huertas y montes para uniformizar ese paisaje que tanto defiende la Xunta en un monocromático color de vides. Eso sí, tan cambiantes ellas a lo largo del año?.
¿Acabaremos en la Ribeira Sacra pagándole a los recolectores de uva como mero atrezzo para que los turistas sepan lo que es la vinicultura heroica por las escarpadas laderas del Sil?