15 agosto, 2024
La reconversión del faro primitivo de Cabo Silleiro en pretendida taberna tradicional, inaugurada días atrás con la habitual parafernalia conselleril arropando al presidente Rueda, ofrece más de una consideración en tanto que definitoria de una forma de hacer política en la que, contra el discurso que se proclama, se incurre una y otra vez.
La primera de ellas, la nueva evidencia de la absoluta toma en consideración de la ordenación del territorio, que no es más que ajustar cada obra, cada proyecto a la realidad del espacio y función preconcebida, sin que suponga ruptura con el medio; más, si lleva implícita, como es el caso, la invasión motorizada y humana de la orilla del mar, con grave afectación a ambiental. Y, que se sepa, los faros no fueron concebidos para los masivos usos tabernarios. Pero si ya se hizo, con todas las bendiciones oficiales, en el parque natural de Cabo de Gata, por qué no repetirlo en Fisterra, Corrubedo, Laíño o donde cuadre, que la imaginación no da para más. ¿Volvemos a hablar de la arquitectura del paisaje?
Supone incidir en la obsesiva política de la Xunta de poner todos los huevos en el mismo cesto del turismo, monotemática teima que olvida que el empleo en el sector es el más precario, el de menor renta y, en consecuencia, el menos recomendable. Es más, tal como está concebida la supuesta taberna en su uso por el público y el medio natural en el que se asienta, veremos largas temporadas del año con las puertas cerradas o la imposibilidad manifiesta de poder consumir algo en la alargada terraza. ¿Saben los promotores de los temporales de mar y viento de la zona?
Lo inaugurado no resiste la afirmación de pretender ser turismo responsable y, menos aún, casa con esa vinculación jacobea que se le quiere dar, como trampantojo para justificar el remordimiento de alguna conciencia o algún aval subvencionador. Por eso sobra, por decirlo suavemente, la afirmación de que es una “aposta da Xunta por recuperar bens patrimoniais do Camiño” y “un xeito de xerar riqueza no litoral de forma sustentable”. ¿Seguirán manteniendo en el futuro esas publicitarias proclamas? Puestos a recuperar patrimonio, ¿por qué no hacerlo, pongamos por caso, con las salinas romanas de A Guarda o algunas pesquerías de la misma época que aún se observan en esa zona de la costa?
Hay, en la concesión, por supuesto que subvencionada, un manifiesto tufo a complacencias al otro clúster, el oficioso, del turismo en Galicia, ducho en exteriorizar pretendidos compromisos personales con la causa a través de poéticas alabanzas de nuestras mejores bodegas o furanchos. Que ya dice nuestro refranero que o que mais chifla é capador. Pero eso dejémoslo para otro día.
A la luz de este inconcebible cambio de uso, que se extenderá también al faro más moderno, aquí como hotel, existe una legitimación implícita del Talaso que se yergue a escasos metros, con menos afectación visual y agresión al medio, mayor capacidad de generación de empleo más especializado, con una completa oferta turística de calidad y capaz de generar valor, como ya se demostró, también con la organización de significativos eventos capaces de reunir a la cúpula de la Unión Europea. ¿Por qué, entonces, aquí se discuten unos metros mientras se comete la aberración de dedicar dos faros a algo para lo que ni reúnen condiciones ni son la panacea que proclama la Xunta?
Queda, por fin, y desde el terreno práctico que se puede observar en los primeros días de funcionamiento, la constatación de una escasa profesionalización en la oferta –apenas compensada por unos precios razonables- y la convicción de que lo único que quiso aprovecharse es una terraza que será operativa pocas veces al año, salvo que Costas autorice un incremento de volumen que niega a los particulares con la colocación de galerías acristaladas. ¿Tal que en Fisterra? ¡Apuesten!
De accesos que no aguantarán las primeras lluvias y estacionamiento invasivo de la orilla del mar o de las cercanas efluencias oloríficas del viejo vertedero, mejor no hablar.