16 agosto, 2024
Como las tonterías casi nunca viajan solas, la decisión de los propietarios de un bar de Mera de cerrar su establecimiento en verano, harto de las exigencias de los turistas que él, en su ingenua –o consciente- explicación, agrupó bajo el paraguas genérico de los madrileños, llevaba la suficiente carga para que el imperante estado de lo políticamente correcto hiciera estallar las redes sociales –sí, esas donde decía Umberto Eco que solía guarecerse el fango-tanto a favor de una inventada madrileñofobia como, a contrario sensu, la de los más aguerridos patriotas de esta esquina del Noroeste español, concediéndole hasta cinco estrellas al referido bar por su decisión, en la que intuyen un nacionalismo recalcitrante.
Como las luces de los habitualmente descerebrados generadores de opinión desde las redes son las que son, no extraña que se elevara a categoría lo que no pasa de ser una decisión particular y puntual, acertada o errada para el porvenir de su negocio, de un hostelero al que le sobra experiencia para saber lo que hacía y, en todo caso, con absoluta legitimidad para hacer de su capa un sallo.
Si algo cabe agradecerle, es que dada la carencia de establecimientos hosteleros en Galicia en atención al número de visitantes, haya tenido la deferencia de explicar por qué estaba cerrado. Lo que no deja de ser una muestra de atención al cliente.
Cuanto quiera inferirse como categoría a partir de ese hecho no es más que desaforada fiebre canicular, patología que, se insiste, tiene en las redes fácil y acrecentado acomodo.
Más preocupante es que periodistas tenidos como sesudos y que acostumbran a dictarnos magisterios éticos desde sus plataformas, físicas o virtuales, hayan querido generar un debate en torno a la madrileñofobia, como presumida consecuencia de la turismofobia no comprendida por sus detractores porque “es una enfermedad mental que se llama socialismo, cuya aplicación siempre termina igual, en miseria y represión” –que a ese nivel de descerebrados llega la prensa actual-. Del mismo modo que hacer depender el futuro de los gallegos de las prebendas que limosnera y gentilmente dan los madrileños a Galicia, ya sea por medio de sus visitas, bien por acogernos en Madrid a la hora de disponer puestos de trabajo para que podamos salir de la materia.
Pues bien, semejante tontería aparece en un importante periódico digital suscrito por –no diremos su nombre para no acentuar su vergüenza ni contribuir al patio de Monipodio en que derivó la acción del tabernero de Mera- alguien del que cabe presumir que, por apellido y por haber estudiado en la USC su carrera de Ciencias Políticas –tendrán que hacérselo mirar en la Facultad-, es oriundo de esta tierra y que ahora presume de varios máster, especialista en periodismo económico y hasta ex Viceconsejero de la Comunidad de Madrid. Pues bien, este ínclito llega a afirmar en un artículo que “odiar a los madrileños también es odiar a Galicia”, sin que sea capaz de explicar o razonar la primera de las afirmaciones y sí, en cambio, volcar toda su demagogia en las bondades de los madrileños con Galicia, al asegurar que subsistimos porque la Comunidad de Madrid es la que más contribuye al fondo de solidaridad interterritorial, que Sanxenxo vive el resto del año gracias a lo que los madrileños dejan en la localidad –¡y sus habitantes sin saberlo ni agradecerlo!-, que “muchos gallegos viven y trabajan en Madrid porque aquí hay muchas y mejores oportunidades laborales que en Galicia”, para concluir que “La madrileñofobia que profesan algunos gallegos, los menos, es una sinrazón, un tiro en el pie, un suicidio porque, en el fondo, supone atacar el bienestar y el bolsillo de los propios gallegos”.
Si el bueno del hostelero de Mera llega ver hasta dónde llega la estulticia humana, dudo que se atreviera dar la razonada explicación que dio del cierre de su establecimiento.
¿De verdad la canícula, las olas de calor, hacen tanto daño en el cerebro de algunos profesionales que supuestamente viven de generar opinión analítica en el campo de la economía? ¿No nos estaremos volviendo todos un poco tarumbas?
Eso sí, queda en el debe del cronista, cuando sus caminos le lleven por la admirada Mera, celebrar -con él- el sentido común del hostelero convertido, contra su voluntad, en protagonista y víctima del odio de tirios y troyanos.
Y que pase, por Dios, cuanto antes la agobiante y tan dañina canícula.